"Yo soy tu padre."
Qué gran frase, ¿verdad? Quizá la más famosa del cine, la que conoce todo el mundo. Ese momento estelar de reconocimiento paterno, la carga emotiva, la sorpresa del espectador hasta que es consciente del significado de esa frase. ¡Qué levante la pata quien no haya imitado la voz de Darth Vader pronunciando esas palabras!
En un día como hoy no he podido evitar que se me venga a la cabeza. Porque, por si a alguien se le había olvidado, hoy es el día del padre. Por eso hoy doy un salto en la línea espacio-temporal que estaba siguiendo en la historia de mi vida, para contaros un detalle sobre mí.
Aquí donde me veis, soy una perrilla afortunada. Provengo de una familia de lo más cool. Mis progenitores son Argarain Go Deep Impact (menudo nombrecito, ¿eh?) y Sona, dos bulldogs ingleses de pura raza. No es por parecer vanidosa, pero he visto fotos de Argarain ganando campeonatos. Todo esto signfica que, dada mi procedencia, tengo pedigree. Pero eso es todo lo que puedo decir de mi familia perruna. Me dieron la vida y estos genes serranos que me hacen irresistible, y les estoy muy agradecida por eso, pero ahí queda la cosa.
Mi familia de verdad es otra.
Os he hablado muchas veces de Laura que para mí, lo digo desde ya y quede claro, es mi verdadera madre. Ella me acogió aquel día memorable y desde entonces me cuida, me protege, me enseña el camino correcto con dulzura pero también firmeza (porque reconozco que a veces soy una rebelde sin causa). Pero casi no he hablado de la otra persona clave en mi vida.
Acompañó a Laura el día en que me adoptaron y si no hubiera sido por él yo no estaría ahora mismo en esta casa. Me deja montar en su coche, y no estoy hablando de cualquier lata con cuatro ruedas, sino de un cochazo tan alucinante que cuando salgo a la calle me parece verlo por todas partes de las ansias que tengo de que aparezca. Sale conmigo a pasear sobre hierba, que me encanta, y demuestra su confianza en mí dejandome libre sin correa (por eso cuando voy con él nunca me escapo, no quiero decepcionarle). ¡Me lo paso pipa con él! porque juega un montón. Él sí que sabe seguirme el rollo. Me da achuchones cada vez que me ve. Viene con Laura y conmigo al médico cuando me pongo malita. ¡¡¡Y siempre huele requetebién!!! Lo quiero mazo. Es tan importante para mí que nunca, nunca, nunca jamás morderé sus zapatos, porque sabedlo todos: Fran, tú eres mi padre.
¡Feliz día!
viernes, 19 de marzo de 2010
domingo, 14 de marzo de 2010
Bienvenida a la familia
Superada la primera noche, Laura amaneció con las ojeras más grandes que jamás ha tenido y con los nervios a flor de piel. Pero no era la única, claro. Una servidora tampoco pegó ojo.
La casa comenzó a llenarse de los primeros sonidos del día: pasos de zapatillas arrastradas por el pasillo, la puerta del cuarto de baño, un bostezo, el café subiendo, el (excitante) crujir del plástico de la bolsa de las magdalenas (ah... cuánto he llegado a amar ese sonido). Laura se sentía cada vez más y más nerviosa. ¡¡¿Por qué?!! Yo por entonces no lo comprendía, pero más adelante supe que mi llegada a casa había sido una incursión furtiva y que carecía de la aprobación familiar, así que Laura tendría que enfrentarse ella solita al momento de mi presentación en sociedad. ¿Cómo lo haría? ¿Esperaría un poco más? ¿Lo haría ya? Laura pensó que cuanto antes mejor, así que me tomó en brazos y se presentó conmigo en la cocina.
Cuando Manoli se dio la vuelta me encontró de golpetazo, face to face, "¡sorpresa!".
-No puede ser -dijo Manoli con cara de haber visto a un perro fantasma.- No, no, no -continuó diciendo.- No puede ser. De ninguna manera. No, no, no.
Y así se estuvo un rato, como si se le hubiera rayado el disco. Tanto tiempo que Laura se sentó en el suelo conmigo a la espera de que Manoli pudiera articular alguna otra frase.
En estas apareció un tipo enorme en el umbral de la puerta. Llevaba una bata verde y el pelo todo alborotado. Noté como Laura se ponía un poco más tensa y yo me acojoné con ella, las cosas como son (entonces era pequeña y débil, y ese tío era como un coloso para mí). Pero entonces ocurrió algo maravilloso: el gigante, de ahora en adelante Arturo, me descubrió y se echó a reír.
En situaciones delicadas los humanos a veces se comportan de maneras inesperadas. ¿Quién hubiera dicho que la persona más reacia a tener compañeros perrunos en casa se convertiría en mi mayor aliado? Conquistando a Arturo tenía la entrada directa a la familia. Ahora sólo tenía que ganarme su cariño para que me aceptaran como un miembro más y poder acceder así a su mayor tesoro: sus calcetines. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Continuará...
La casa comenzó a llenarse de los primeros sonidos del día: pasos de zapatillas arrastradas por el pasillo, la puerta del cuarto de baño, un bostezo, el café subiendo, el (excitante) crujir del plástico de la bolsa de las magdalenas (ah... cuánto he llegado a amar ese sonido). Laura se sentía cada vez más y más nerviosa. ¡¡¿Por qué?!! Yo por entonces no lo comprendía, pero más adelante supe que mi llegada a casa había sido una incursión furtiva y que carecía de la aprobación familiar, así que Laura tendría que enfrentarse ella solita al momento de mi presentación en sociedad. ¿Cómo lo haría? ¿Esperaría un poco más? ¿Lo haría ya? Laura pensó que cuanto antes mejor, así que me tomó en brazos y se presentó conmigo en la cocina.
Cuando Manoli se dio la vuelta me encontró de golpetazo, face to face, "¡sorpresa!".
-No puede ser -dijo Manoli con cara de haber visto a un perro fantasma.- No, no, no -continuó diciendo.- No puede ser. De ninguna manera. No, no, no.
Y así se estuvo un rato, como si se le hubiera rayado el disco. Tanto tiempo que Laura se sentó en el suelo conmigo a la espera de que Manoli pudiera articular alguna otra frase.
En estas apareció un tipo enorme en el umbral de la puerta. Llevaba una bata verde y el pelo todo alborotado. Noté como Laura se ponía un poco más tensa y yo me acojoné con ella, las cosas como son (entonces era pequeña y débil, y ese tío era como un coloso para mí). Pero entonces ocurrió algo maravilloso: el gigante, de ahora en adelante Arturo, me descubrió y se echó a reír.
En situaciones delicadas los humanos a veces se comportan de maneras inesperadas. ¿Quién hubiera dicho que la persona más reacia a tener compañeros perrunos en casa se convertiría en mi mayor aliado? Conquistando a Arturo tenía la entrada directa a la familia. Ahora sólo tenía que ganarme su cariño para que me aceptaran como un miembro más y poder acceder así a su mayor tesoro: sus calcetines. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Continuará...
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La historia de mi vida
martes, 9 de marzo de 2010
Mi nueva casa
La primera noche que pasé en el que sería mi nuevo hogar no fue nada fácil. Para mí todo era extraño. No conocía los olores, ni los ruidos, el espacio era mucho mayor del que había tenido hasta entonces, había objetos por todas partes que no conocía. ¡Todo me resultaba terrorífico! Todo excepto Laura.
Me aferré a ella como si me fuera la vida en ello, y ella no me dejó ni un minuto a solas. A pesar de eso no pude pegar ojo en toda la noche. Lo intentaba constantemente, pero mi sentido arácnido, que diga, perruno no me dejó descansar. Fue horroroso... y sospecho que ella tampoco pudo dormir pensando que yo despertaría con mis ladridos de cachorrito al resto de la familia.
A Laura la querré siempre por muchas razones, pero me bastaría sólo esa noche que pasó a mi lado.
Me aferré a ella como si me fuera la vida en ello, y ella no me dejó ni un minuto a solas. A pesar de eso no pude pegar ojo en toda la noche. Lo intentaba constantemente, pero mi sentido arácnido, que diga, perruno no me dejó descansar. Fue horroroso... y sospecho que ella tampoco pudo dormir pensando que yo despertaría con mis ladridos de cachorrito al resto de la familia.
A Laura la querré siempre por muchas razones, pero me bastaría sólo esa noche que pasó a mi lado.
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