Están por todas partes, interceptando el paso, marcando espacios de luces y sombras, acumulando pelusas en sus bordes, dando cobijo a arañas diminutas que se cuelan por sus marcos, y se han propuesto arruinarme la vida. Son... las puertas.
Inventos demionacos, sin duda. Cuando están cerradas me siento prisionera. Cuando están abiertas parecen inofensivas, pero a mí no me la cuelan. Pero el momento de mayor peligro es cuando están entreabiertas. Me sacan de mis casillas con sus insolentes esquinas de madera que me inivitan a mordelas, lanzarle zarpazos, gruñirlas, echarles mal de ojo y todas las maldiciones perrunas que conozco.
No sé si es ese halo de oscuridad y misterio que deja pasar una puerta a medio cerrar (o a medio abrir) o si es esa agitación que se produce cuando hay corriente lo que me crispa los nervios.
Da igual. Seguiré luchando contra este artilugio del averno sin descanso!!!!
Al menos hasta que Arturo me eche de casa por destrozar sus muebles :S
Juas! Ay Lola... Piensa que esas son como las puertas abiertas o cerradas, metafóricamente, que nosotros nos encontramos en la vida... Y que lamentablemente, no podemos morder y darle zarpazos. Si están cerradas, nos tenemos que joder. Si están abiertas, tenemos que saber que podemos pasar y aprovechar la oportunidad del momento. Piensa que esas puertas te acercan un poquito más al ser humano. Y bueno, yo creo que si Arturo todavía no te ha echado... dificilmente lo hará más tarde. Intenta comportarte un poquito más y controlar tus impulsos... y sino, usa tu arma de destrucción masiva (a.k.a enternecedora de corazones), es decir: tu mirada tierna. Como ya te dije una vez, con eso tienes medio mundo ganado!
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